Julio Ramón Ribeyro es, sin duda, el escritor más popular de las últimas décadas. Sus cuentos son lectura obligatoria en colegios; miles de hogares guardan ejemplares de La palabra del mudo, a menudo con hojas gastadas por repetidas lecturas.
Por Carlos Arrizabalaga. 08 agosto, 2025. Publicado en El Peruano el 2 de agosto de 2025“Cuando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula”. Es el magnífico final de Los gallinazos sin plumas (1955), cuando los niños desembarazados de la tiranía explotadora del viejo se enfrentan a la enormidad dejando atrás apenas una línea de relato con el “rumor de una batalla”.
Julio Ramón Ribeyro es seguramente el escritor más popular de las últimas décadas. Sus cuentos son lectura obligatoria en muchos colegios; y, miles de hogares tienen en algún estante ejemplares de La palabra del mudo, a veces incluso con las hojas gastadas después de varias lecturas. Las viejas ediciones de Milla Batres o de Campodónico. Su maestría narrativa y el interés imperecedero de sus temas favoritos se suman al cuidado que pone al lenguaje, una prosa limpia y -aparentemente- sencilla que exigió el máximo esfuerzo para crear un estilo directo y personal.
El escritor siempre estimó la norma culta peruana, como el territorio favorito de su expresión literaria, sin dejar mudas jamás a las hablas populares de los barrios limeños o de las provincias.
En 2009, la editorial Seix Barral preparó una estupenda edición (en dos tomos) de los cuentos completos de Ribeyro. Luego se unieron en uno muy voluminoso que ha regularizado el queísmo característico de limeños y provincianos: “se dieron cuenta de que la hora celeste había terminado”. En efecto, la construcción sintáctica exige el régimen preposicional por su origen no transitivo, pero esto ha dejado de tener vigencia en muchos países de Sudamérica, donde la corrección se siente algo forzada y resulta hasta pretencioso emplear ahí “de que”. La marca gramatical se fue perdiendo por el camino, como ocurre muchas veces en que no se le necesita.
En Solo para fumadores, Ribeyro examina con especial agudeza su propia adicción al tabaco: sentimientos, ideas y aprensiones afloran en una amena pero devoradora autoexploración, en la que abundan los verbos psicológicos: verse, encontrarse, sentirse…, y aparece hasta en ocho ocasiones, por supuesto, la locución verbal aludida: “porque me di cuenta que no era ni Sherlock Holmes ni lobo de mar”, “me di cuenta que lo único que realmente quería en ese momento era encender un cigarrillo”, “se dio cuenta de inmediato que algo me atormentaba”. Pues bien, la edición Alfaguara de los cuentos completos (2021), y en parte también la anterior, enmiendan ahora todos los queísmos y los remplaza por “de que”, en las ocho insistentes ocasiones: “porque me di cuenta de que”, “y me di cuenta de que lo único que realmente quería”, “se dio cuenta de inmediato de que algo me atormentaba”, “cuando se dio cuenta de que le hacía daño”.
No solamente es el queísmo en las completivas, sino que, también regulariza el plural de haber, singularizado para cumplir la norma general o panhispánica del castellano: “pero había otros pescadores”, “ya que en la quinta había ratones, lo indicado era un gato”, “no había gallinazos”.
La norma, supuestamente general, se establece, a criterio de las academias, por el uso expresado en la prensa y el ejemplo de los escritores, pero está claro que a los escritores los corrigen muchas veces los revisores de estilo de las editoriales, en especial cuando estas adoptan estrategias comerciales poco razonables, pero suficientemente rentables. Porque las ediciones originales de los cuentos decían: “habían otros pescadores”, “habían ratones”, “no habían cuculíes” y “no habían gallinazos”. Ribeyro mismo pudo corregirse en algunas ocasiones y no siempre es consistente en el uso de la norma peruana, pero la frecuencia con que prefiere escribir a manera peruana frente a lo que dicta la norma académica es abrumadora. Más bien, es la norma académica, que por fin reconoce la alta frecuencia del queísmo y de la pluralización del impersonal, la que debe tomar nota de que hay pluralidad de normas en la gramática del castellano.
La edición de Tusquets (1989) de una selección de cuentos de Ribeyro, así como la antología personal que publicó el Fondo de Cultura Económica (1994) respetaron el criterio del autor: “se dieron cuenta que la hora celeste había terminado”. Definitivamente, los lectores españoles (que son una minoría), deberían estar dispuestos a leer una literatura hispanoamericana sometida a la corrección de estilo de sus propias normas idiomáticas, sin tratar de imponerles una norma única y extraña.
Por lo menos, las ediciones de Ribeyro, que resultarán más amables a los lectores peruanos probablemente, seguirán siendo las primeras. La hora celeste para Ribeyro, por fortuna, no ha terminado todavía.









